LA SINGULAR figura de Enrique Tierno Galván, de cuya muerte se cumplió el 23 aniversario el pasado 19 de enero, vuelve a estar de actualidad con la reciente publicación en elegante formato de sus obras completas por la editorial Thomson. Creo que sus numerosos admiradores estamos de enhorabuena, porque como ha señalado muy justamente el profesor Jorge Novella en su espléndido libro titulado El proyecto ilustrado de Enrique Tierno Galván, "su concepción como humanista, intelectual y socialista hace que su pensamiento tenga una indudable actualidad... Incluso ahora, cuando los efectos de la globalización ponen en primer plano la sociedad del riesgo y el pensamiento único; leer al viejo profesor ofrece la posibilidad de encontrar alternativas para los problemas que acucian al mundo en nuestros días".
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Suscribo tal afirmación, ya que no en vano, como he señalado en alguna ocasión en las páginas de este periódico, al 'viejo profesor' tuve el honor y el placer de tratarlo con frecuencia durante varios años en Madrid, además de por mi temprana militancia en el PSP (Partido Socialista Popular), por mi profesión de periodista, lo que me permitió entrevistarle en más de una ocasión. Asimismo facilitó esta relación amistosa el hecho de que fuimos vecinos durante más de una década en el barrio de Argüelles: él vivía en la calle Ferraz y yo en Altamirano a muy pocos metros de distancia de su domicilio, en el que en más de una ocasión estuve.
En todos los encuentros que mantuve con tan ilustre personaje, algunos de ellos en compañía de su hijo Enrique, pude comprobar que al igual que Manuel Azaña, Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, Luis Araquistain, Juan Negrín y toda una amplísima pléyade de intelectuales españoles entreverados de hombres de acción, Tierno Galván, lejos de encerrarse en la torre de marfil de las ideas puras, no eludió nunca su compromiso con el concreto quehacer político; siempre puso su prodigioso bagaje cultural e ideológico al servicio de la modernización de la sociedad española y muy especialmente de la promoción de sus capas más humildes y necesitadas.
Aunque con anterioridad le había entrevistado en varias etapas de su trayectoria política desde los albores de la Transición, recuerdo que en mayo de 1981 le elegí para que abriera una serie de entrevistas publicadas en el diario Pueblo, en las que con el epígrafe genérico de La condición humana, varios políticos y personajes con proyección pública en general me hablaron de sus sueños e ilusiones, las cumplidas y las frustradas, así como de sus lecturas, aficiones artísticas y pasatiempos. Esta elección para que la abriese el entonces archifamoso alcalde de Madrid no fue fortuita en absoluto, por estimar personalmente que era una de las figuras públicas de nuestro país en las que el humanismo entendido como cultura perfectiva e integral al servicio del hombre alcanzaba sus más altas cotas. En ese sentido fue, a mi juicio, una encarnación paradigmática de la máxima expresada por el filósofo francés Henri Bergson acerca de que "hay que actuar como hombres de pensamiento y pensar como hombres de acción".
Me sorprendió muy gratamente la respuesta que me dio al preguntarle que qué le hubiese gustado ser profesionalmente de no haberse decantando por la docencia universitaria y la actividad política, señalándome que de niño tenía una gran atracción por la profesión de marino, pero no porque le gustase el mar de un modo especial, sino por las posibilidades de renovación y de aventura que antaño tenía esta profesión. La verdad es que si nunca navegó dirigiendo un barco, sí fue un magnífico timonel en las no menos procelosas aguas de la política con la inestimable ayuda de la metafórica brújula de su ideal utópico, siempre en pos de un renovado puerto de libertad, fraternidad y justicia.
Publicado en el diario La Opinión, de Murcia (6 feb. 2009).
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