Un futuro para el Yacimiento de San Esteban de Murcia / por el arquitecto urbanista Enrique de Andrés Rodríguez



No valen excusas económicas, cuando las inversiones necesarias no superan las que la Administración destina a mantener un zoológico apócrifo o montar un festival de dos días

MURCIA (13 jul. 2013). - Cada vez se hace más difícil hablar del Yacimiento de San Esteban sin repetirse. Algo que no debería ser complicado, como es su puesta en valor, se ha enrarecido por la obstinación de algunos de los actores encargados de tomar decisiones. Después de tantas muestras unánimes de la voluntad ciudadana, que fácil sería llegar a una situación de consenso en cómo actuar. Me pregunto por los motivos y entiendo que, al igual que pasó cuando se paralizaron las obras de desmontaje del yacimiento, sin conflicto ni siquiera se acepta el diálogo.

Quizás no se han explicado bien los valores que representa el arrabal aparecido; quizás hay que repetir que el yacimiento, por sí mismo, pondría a Murcia en el lugar que le corresponde en los libros de historia cuando tratan del periodo de Al-Ándalus de los siglos XII y XIII; quizás habrá que insistir en que no existe ejemplo conservado de un trazado urbano similar en esa etapa; quizás también sea oportuno rememorar que la ciudad de Murcia en ese momento tenía una ingeniería hidráulica urbana que no sería superada hasta ocho siglos después, recordar que esas calles aparecidas posiblemente fueron recorridas por los grandes reyes andalusíes Ibn Mardanis, el rey Lobo que convirtió la ciudad en la capital de Al-Ándalus, llegando a conseguir que su moneda fuera referente en toda Europa, que creó una compleja red hidrológica de acequias, azudes, norias, acueductos, predecesora del actual sistema de regadíos de la huerta, que fue en esa época cuando aparece en Murcia el cultivo de la seda, la fabricación de papel, e incluso una especie de fideos de pasta, llamados aletría. Posiblemente también pasó por esas calles Ibn Hud, que lideró el último periodo de esplendor de la Murcia andalusí, y Alfonso X cuando entró en Murcia en 1243 siendo aún infante, enamorándose de la ciudad hasta el punto de decidir ser enterrado en ella, aunque al final solo viniera su corazón.

Es mucho lo que queda por investigar, por estudiar y posiblemente por descubrir en esta inesperada puerta al pasado murciano. Varias asociaciones implicadas en la defensa del patrimonio, grupos políticos, instituciones, Universidad, han asumido y reclaman de forma unánime la necesidad de poner en valor el yacimiento.

¿Cómo es posible que pueda negarse esta evidencia? En un momento en que la ciudad se encuentra atrapada en una situación agónica, es difícil comprender la incapacidad, por parte de las Administraciones Públicas, de percibir la posibilidad de crear nuevas vías de crecimiento y reconocimiento a través de la cultura y de un pasado esplendoroso, se hace difícil comprender la condena de lo hallado al olvido.

Tal vez el mayor obstáculo esté en asumir las señas de identidad que suponen el Arrabal de la Arrixaca, una Murcia donde se gestaba la cultura, la economía, la música, la filosofía de un periodo brillante del universo andalusí, un emirato capaz de enfrentarse y frenar los radicalismos fundamentalistas almohades, con un entendimiento propio de los valores humanos, producto de varios siglos de mestizaje mediterráneo, que hechizó al Rey Sabio.

Hace unos días, la asociación Huermur convocó una reunión, con una amplia representación de actores implicados en la ciudad. Hicieron caso omiso de la invitación las Administraciones local y regional, precisamente quienes tienen capacidad para tomar decisiones. Para qué escuchar a los ciudadanos, si tienen muy claro prioridades e intereses. Participación, cohesión social, consenso son palabras cada vez más alejadas del léxico del poder.

Pues bien, aquel foro dio como fruto una serie de propuestas que todos los participantes asumieron porque, precisamente, habían nacido del consenso ciudadano, del diálogo, de la puesta en común. Las propuestas tenían como base el conocimiento y comprensión del propio yacimiento, el rigor científico de las investigaciones y trabajos realizados, el cumplimiento de la legislación que le corresponde por ser Bien de Interés Cultural (BIC), la oportunidad de planificar la ciudad brindándole un futuro de acuerdo a las posibilidades que ofrece su pasado andalusí, enlazando y poniendo en valor todos los monumentos existentes y la propia Huerta, el no apresurarse en la intervención, el planificar el gasto de forma asumible, el simultanear los trabajos de investigación con la exhibición de las riquezas descubiertas, el planificar la excavación y su puesta en valor en sucesivas fases, el utilizar los medios necesarios para difundir las grandezas de este hallazgo de manera que formen parte de nuestra cultura y señas de identidad, etc. En definitiva, en no negar con el entierro y el olvido uno de los mejores recursos de futuro que se nos presenta, asumiendo la imprescindible comprensión y voluntad política que esto requiere.

No valen excusas económicas, cuando las inversiones necesarias no superan las que la Administración destina a mantener un zoológico apócrifo o el montar un festival de un par de días. Muchos pensamos que lo que falta es esa voluntad que reclamamos y falta por la ceguera ante la rentabilidad social y política que puede derivarse de esta iniciativa.

Recordar por último que habrá que ser muy prudente en la toma de decisiones sobre el yacimiento. Ya no solo es valedor del mismo el clamor popular que impulsó la paralización de las obras de desmontaje; ahora, siendo BIC, estando protegido por la Ley, los propietarios y responsables somos el conjunto de la ciudadanía.

Enrique de Andrés es portavoz de la Comisión de Patrimonio del Colegio Oficial de Arquitectos de Murcia (COAMU).

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