Estos no son buenos tiempos para la lírica


VIVIMOS tiempos difíciles, complicados, complejos, indescifrables, duros, descreídos, de desengaño, desamor, corruptos, necios, deshumanizados, destructivos, terribles... Vivimos en la más profunda confusión. Eso, al menos, es lo que se respira en el ambiente social. No hay noticias buenas, o estas no lo son lo suficiente permeables para que las nefastas que tanto abruman puedan quedar amortigüadas. Siguen las infames cacerías de las guerras: de toda clase de guerras: bélicas, sociales, económicas, ideológicas... Anda la gente como alma en pena. Los profetas del Futuro -que nunca nos han faltado- aprovechan los tiempos convulsos para vender mejor su mercancia a un mayor número de incautos. ¿Quién cree hoy en los ilusionistas de un mundo mejor? ¿Quién escucha hoy a quienes pretenden promover una honda compenetración con los sentimientos manifestados por la poesía, por la lectura sosegada, reflexiva, que nos hace pensar con el corazón? ¿Por qué tal alejamiento dañoso y destructivo de los que procuran en el ánimo un sentimiento intenso o sutil, análogo al que produce la creación artística, la poesía... Estos no son buenos tiempos para la lírica, para las palabras que expresan sentimientos y se proponen suscitar en el oyente o en el lector sentimientos análogos. ¿Por qué no pararse a pensar? ¿Por qué no dejar hablar al corazón? Dejar que hablen nuestros sentimientos. Dejarnos llevar para poder oir lo que viene de abajo -del pueblo-, esa cosa que no sabemos exactamente lo que es. Sin pretensiones vanas, pues la vida ni se sabe ni puede saberse lo que es. Dejémonos, pues, escucharnos a nosotros mismos, y para ello, dejemos fuera nuestros prejuicios.

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