La Rueda de la Ñora se cae a pedazos / por Juan Bautista Sanz

LITERALMENTE. A pedazos se deshace la estructura maravillosa de la vieja Rueda de la Ñora, Monumento Histórico Artístico Nacional desde el 12 de noviembre de 1982. Más desidia cultural de esta Murcia áspera, de individuos torpes y de pólvora quemada. Parada, varada, enmudecida de rumores y cabellos de agua que caían de los cangilones; muda de agua, mártir de la rica acequia que los árabes llamaron Aljufía, ahora pobre, incapaz de levantar el agua inexistente un palmo, y antes arteria viva, frugal y abundante.

La Rueda de La Ñora, construida en 1936 para sustituir a la anterior de madera de 1868, se deshace, se escama en lajas que tienen textura de torta de chicharrones y es hierro deshecho. Se dará lugar a que para su arreglo haya que construir una nueva, como si prever fuera verbo innombrable, declinación inexistente para el cuidado patrimonial de nuestra riqueza. No me he tomado la molestia de preguntar a quién pertenece la responsabilidad de su mantenimiento y conservación; no quiero saber quién ha abandonado un testigo que es historia pura de nuestro pasado. ¿Qué diría don Lope y Mencía, que mandó construir, autorizada para ello, la primera para convertir secanos en regadíos? ¿Qué pensarán los profesores que la han estudiado centímetro a centímetro, entre ellos mi admirado don Juan Torres Fontes y mi querido Manolo Muñoz Zielinsky?

Fini Sánchez Melgar y Juan Martínez Barqueros, muy cercanos y preocupados por ella y su hermosura, nos han hecho llegar dos testimonios: una colección de fotografías que son un réquiem, una elegía al monumento abandonado, y un trozo de uno de sus brazos, una herrumbre que es una reliquia y que he guardado cuidadosamente, como un tesoro, en una vitrina, como un trofeo a la estulticia, junto a aquel otro de escayola del altar del Cortijo del Fraile, arquitectura e historia que inspiraron a Federico García Lorca el drama de Bodas de Sangre.

El paraje, aquel que se llamara Añora, está entristecido con semejante abulia cultural, mientras el descomunal artefacto se muere a soles y rigores, anquilosado en sus vértebras de robín de agua. Yo denuncio su estado, su muerte, su mal estado, su 99, es decir, su agonía, en lenguaje y salmodia de ciego; ante los regantes, ante los huertanos, ante los murcianos, ante la ciudadanía, ante la historia presente y sobre todo ante el futuro sin ella.

Artículo publicado en: La Opinión. - (21 en. 2010).

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