Auschwitz y Mengele / artículo de M.A. Martínez Pujalte

NUNCA COMO en estos infaustos tiempos de crisis económica tiene más vigencia ante la desmesurada cifra de desempleados que registra nuestro país la inscripción en el idioma de la señora Merkel que figura en la puerta principal de campo de exterminio de Auschwitz: Arbeit macht frei (El trabajo libera), porque, aunque entonces resultase trágicamente irónica, habida cuenta el luctuoso destino que tuvo la mayoría de quienes la traspasaron, hoy con su expresivo laconismo sintetiza el anhelo de millones de ciudadanos que aspiran a un empleo para liberarse del lacerante estigma del paro. También conviene recordar que numerosas empresas germanas, algunas de ellas todavía con nombres conocidos como AEG Telefunken, Siemens, Bayer o IG Farben, se lucraron con el trabajo esclavo de sus presos.

Este mes se cumple el 68 aniversario de la liberación efectuada por el Ejército soviético el 27 de enero de 1945 del tristemente célebre campo de concentración polaco, fundado por el régimen hitleriano. Hace treinta años visité como enviado especial del diario Pueblo este siniestro museo del horror y todavía recuerdo como si fuera ayer el emocionado recorrido que realicé por las alamedas y pabellones del campo, junto con sus hornos crematorios y cámaras de gas, y es que, inevitablemente, dada la magnitud de la tragedia en la que fueron exterminados allí cerca de cuatro millones de seres humanos, procedentes de todos los países ocupados por los nazis, todo lo que aconteció en aquel lugar tiene ribetes dantescos.

El recuerdo de este estremecedor viaje me lo ha refrescado la reciente lectura del libro Mengele: el médico de los experimentos de Hitler, de Gerald Possner y John Ware, una espléndida biografía por su rigor documental y exhaustividad, del más prominente médico de Auschwitz de 1943 a 1945, conocido con el apodo de 'El Ángel de la Muerte' y considerado como el símbolo de la perversión de la medicina en la época del III Reich; alcanzó infame notoriedad por sus atroces experimentos con bebés y gemelos de origen judío o gitano, siempre ávido de confirmar su tesis acerca de la supremacía de la raza aria. Este singular galeno, doctor en Antropología y oficial de las SS, tenía asimismo fama de hombre culto y gran melómano, amante de Bach, Mozart, Verdi, Wagner y muy especialmente de Puccini, pues según algunos supervivientes, lo escuchaban silbar algunos compases mientras hacia la selección de quienes eran aptos para el trabajo o iban destinados directamente a las cámaras de gas.

La noche del 17 de enero de 1945, con el sonido de la artillería del mariscal ruso Koniew cada vez más cerca, Josef Mengele abandonó Auschwitz refugiándose en su país, hasta que abandonó Alemania en 1949, instalándose, primero en Argentina con su propio nombre y posteriormente en Paraguay y Brasil, adoptando una identidad falsa, alarmado por el secuestro en Buenos Aires de Adolf Eichman y por el rastreo ejercido sobre su persona por parte del Mossad israelí y la organización del famoso 'cazanazis' Simon Wiesenthal así como por numerosos periodistas de todo el mundo. Quién me iba a decir a mí que cuando estuve en 1975 en Brasil como enviado especial del mencionado periódico madrileño y traté infructuosamente de escribir en Río de Janeiro un reportaje sobre el paradero de Mengele, éste vivía en un bungalow de la carretera de Alvarega, en un barrio periférico de Sao Paulo con el nombre falso de Wolfgang Gerhard. Con este mismo nombre fue enterrado en el cementerio de Embú, a cuarenta kilómetros de la citada gran urbe, tras fallecer el 7 de febrero de 1979 a causa de una apoplejía cuando se bañaba en mar, pero hasta el 21 de junio de 1985, en que la Policía paulista exhumó el cadáver y los forenses efectuaron su informe pericial, no se supo que Mengele había muerto, y quienes estábamos interesados en el caso, incluido Wisenthal, pensábamos que seguía vivo.

El 12 de febrero de 1983 publiqué en Pueblo un amplio reportaje -titulado Los nazis andan sueltos- a raíz de que el caso Klaus Barbie, ex jefe de la Gestapo en Lyon, expulsado de Bolivia y extraditado a Francia donde estaba siendo juzgado, los volviese a poner de actualidad, y en el mismo afirmaba que Mengele, tras haberse refugiado en varias ocasiones en Brasil, residía en Paraguay, protegido por el presidente Stroesner. De este mismo parecer era entonces el mítico cazador de nazis consagrado por Hollywood con la película Los niños del Brasil, tal como lo testimonia en Justicia, no venganza, su muy sugestivo libro de memorias.

Desafortunadamente murió sin pagar sus crímenes de los que nunca se arrepintió, a diferencia del comandante del campo de Auschwitz, Rudolf Höes, que fue ejecutado en la horca tras ser procesado en Nuremberg.

Manuel Adolfo Martínez Pujalte es periodista y escritor, de origen rayero. Artículo publicado en el diario La Opinión. - (16 en. 2013).

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