Destrozonas / por el catedrático Antonio Elorza

EN Historia y sistema, Le Roy Ladurie explica cómo la incidencia negativa de una variable, recurrentemente el clima, puede generar desabastecimiento y de ahí perturbaciones sociales y políticas. Es un efecto dominó, cuyo abanico de consecuencias osciló entre la salida revolucionaria, como en Francia 1789 tras la convergencia de la crisis financiera del Estado y de la hambruna precedente, o en Rusia en 1917, y la reacción violenta susceptible de desembocar en estallidos sociales sin mañana (motines de subsistencias). En cualquier caso, la crisis económica desnuda la fragilidad de un sistema y en las sociedades contemporáneas nada mejor que la formación de los fascismos para probarlo. Hasta hoy. Las manifestaciones cada vez más intensas de xenofobia, cuya muestra más reciente serían las palabras de Marine Le Pen comparando los rezos de musulmanes en la calle con la ocupación de Francia por las tropas alemanas, se sitúan inequívocamente en esa dirección.

En ese marco de crispación, la pérdida de legitimidad del Estado de derecho interviene en un proceso circular donde la misma es al tiempo producto de la crisis y factor de agudización de la misma. A veces es un determinado Gobierno el que se constituye en agente de desestabilización y de desprestigio. Caso de Berlusconi en Italia, con su mezcla de aspiraciones autoritarias, obsesiones sexuales bordeando la corrupción de menores y prostitución de la democracia mediante el monopolio ejercido sobre la comunicación y la compra descarada de votos en el Parlamento.

En otras circunstancias, puede tocar a la oposición el papel desestabilizador, cuando prevalece en sus actuaciones el ansia de poder sin tener en cuenta los perjuicios para todo el país generados por esa prioridad. En España, sería el caso del comportamiento del PP en el reciente episodio de la huelga salvaje de los controladores. La pauta fue trazada desde el primer comentario: condena sucinta de entrada, para a continuación lanzar una cascada de acusaciones contra el Gobierno por su ineficacia y su imprevisión. Luego llegó la distribución de papeles entre un Rajoy discreto, atento formalmente al interés general, y una marea de descalificaciones dirigida desde todos los medios de prensa y audiovisuales del área PP contra Zapatero y Blanco, con la responsabilidad de los controladores y de los enormes perjuicios que su conducta ilegal causó al país en segundo plano. Amén de ofrecer constantemente sus tribunas a los voceros de USCA, el sindicato de los controladores, para que exhibiesen su pesar y las razones para el paro general espontáneo, provocado por las tropelías del Gobierno. De culpables a víctimas.

Asistimos a una intensísima campaña de intoxicación que ha logrado invertir las imágenes en la opinión pública, olvidando conscientemente la constitucionalidad y la pertinencia del estado de alarma ante la "paralización de servicios públicos esenciales para la comunidad" (ley orgánica 4/1981). Cual si fueran máscaras destrozonas de la democracia. Para rematar, avalan un comunicado, supuesta garantía de futura normalidad, cuando parte de la falacia de proclamar que todo controlador tuvo siempre voluntad de cumplir sus deberes profesionales y actuar legalmente. Ninguna autocrítica, los 600.000 pasajeros se habrían bloqueado solos. ¿Qué seguridad ofrece entonces la imprecisa voluntad de "continuidad de la prestación"? Conclusión: un partido de orden ofrece la plataforma para justificar la acción desestabilizadora de un colectivo.

Y el impulso desestabilizador de las políticas de derecha repercute en el otro extremo, fomentando un auge del izquierdismo violento que se manifiesta por doquier en Europa. Sin hablar del 29-S barcelonés o de las protestas contra Sarkozy, hemos visto cómo a la tramposa victoria parlamentaria de Berlusconi respondió de inmediato una explosión de guerrilla urbana en las calles de Roma, protagonizada por grupos de jóvenes con tácticas propias del radicalismo antiglobalización. El uso de cascos y escudos en la misma nos devuelve a España, ya que ha sido propuesto entre nosotros sobre el patrón italiano por jóvenes líderes que al modo del filme La ola promueve un tinglado totalitario de control de un espacio (centros universitarios), colaboración con regímenes antidemocráticos (transición española no, Chávez sí) y acciones públicas no violentas (romper la vitrina de un banco, amordazar la libre expresión, escudos y cascos, no son para ellos violencia). Gracias a Internet, podemos convertirnos, You Tube mediante, en espectadores de actos gloriosos de estas nuevas destrozonas solanescas, tales como el episodio de la conferencia machacada a Rosa Díez (ver Rosa Díez visita...), con neutralidad inefable de la autoridad académica, o admirar su programa de "defender la alegría y organizar la rabia" desde el contrapoder. Talmente La ola. Signo de tiempos duros: atisbos de fascismo.

Artículo publicado en el diario El País (18 dic. 2010). - P. 18

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El comentario sera publicado tras su aprobación. Gracias.