130 años de la riada de Santa Teresa: destrucción, ruina y muerte en el Segura y el Guadalentín

El Guadalentín a su paso por Lorca el 14 de octubre de 1879.

ESTE MES de octubre se conmemora el 130º aniversario de lo que se conoce como Riada de Santa Teresa, la inundación que durante los días 14 y 15 de octubre de 1879 asoló las vegas del Guadalentín y del Segura. Los diluvios en el sureste español suelen ser casi siempre repentinos y las lluvias que los causan suelen durar un día y en muchos casos unas horas, en una cuenca con unos ríos de curso corto y acentuada pendiente. Durante dos horas de la mañana del 14 de octubre de 1879, en la Sierra de las Estancias diluvió de tal forma que se llegó a contabilizar hasta 12.500 metros cúbicos por segundo durante la primera hora en la que las nubes arrojaban el agua a torrentes, al igual que en la vertiente norte de la Sierra de Almenara, y del Cabezo de la Jara, y en la de Filabres y Cabrera, que inundarán los términos de Huércal-Overa y Cuevas de Vera, en Almería

La tragedia empezó a fraguarse en la cabecera del Guadalentín, formada por los ríos Vélez y Luchena (en algún punto de esta cuenca se habían recogido en torno a 600 mm en una hora), así como en la ambigua cabecera de la rambla de Nogalte, que juega a dos vertientes, y en la de Béjar cuya crecida tomó la rambla de Biznaga para depositarla por la derecha en el Guadalentín. El golpe de agua llegará al pantano de Puentes, que recogerá también de la no menos crecida rambla de Caravaca. Se ha calculado en 1.700 metros cúbicos por segundo el agua que llegaba a este pantano, aunque investigaciones recientes lo calculan en 4.000 metros cúbicos por segundo.

El frente de la riada llegó a Lorca a las dos y media de la tarde de ese fatídico 14 de octubre de 1879. Aquí, la lengua de agua, de más de veinte kilómetros, rebasó los pretiles del puente de la carretera de Águilas. Quebró el muro de San Cristóbal. Un brazo de agua cruzó las calles y casas de este barrio hasta alcanzar el canal de Tercia. Otro, buscando el cauce de Tiata, derribó el murallón e irrumpió violento en el populoso barrio de Santa Quiteria. Los dos brazos se reencontraron después en el Guadalentín.

Las vegas de Lorca, Totana, Alhama y Librilla se inundan.

El furioso golpe de la crecida cruzará en Totana el puente de hierro de la carretera de Cieza a Mazarrón, y el de la carretera de Mazarrón a Totana, que estaba en construcción en esos momentos, y se lo lleva por delante. Después destruirá las presas del Paretón. Las torrenteras de la vertiente sur de Sierra Espuña también expelen sus aguas. Los desbordamientos arrasan las vegas de Totana, Alhama y Librilla.

El clímax de la riada atravesará Lorca a las 12 horas de la noche del día de San Calixto -o, si se quiere- a la hora cero del de Santa Teresa, con un caudal de 1.510 metros cúbicos por segundo, una auténtica tromba de agua que arrasó con todo lo que encontró a su paso, dejando atrás trece muertos, 15.362 hectáreas anegadas e innumerables daños en cultivos y casas.

Alrededor de las 21 horas el frente había llegado al paso de los Carros, donde el Guadalentín cambia su nombre por el de Sangonera, empezando despiadadamente a sembrar su tarquines. Alimentó el Río Cota y el Río Seco y destrozó los quijeros y el malecón de las Boqueras.

El agua irrumpe por los ríos Grande y Cota, llega a las Puertas de Murcia y el Reguerón –nombre que toma ahora el Guadalentín-, se desplaza por el río Isla y sus ramales Nula y Almanzora en terrenos deprimidos, en los que no se distinguen las aguas desbordadas de las de desbordar, expandiéndose hacia la aldea de la Voz Negra y Alcantarilla. Aquí inundó parte del pueblo, incluida su calle Mayor, que más tarde tendrá que ser reconstruida en su totalidad.

Las aguas surcan por el álveo originario del Camino Hondo. - Ya en la huerta de Murcia, rebasará la acequia Turbedal, y por la hondonada de su antigua madre tropezará con el intruso terraplén de la vía férrea, sorprendiendo en pleno sueño los lugares de Era Alta y Nonduermas, arrebatando casas y la vida de familias enteras, dejando en pie sólo tres de las 92 viviendas existentes en esta pedanía, quedando prácticamente en pie sólo la iglesia.

El agua se repesará, colmará el terraplén del ferrocarril, lo desbordará, robará su balastro, descalzará sus traviesas y lo roerá y desmantelará en una anchura de doscientos metros. Las aguas surcan por el álveo originario del Camino Hondo hasta La Raya, Rincón de Seca, y la fábrica de la Esperanza, rebasa el puente del Azúcar, anega el molino del Conde de San Julián, y por sus lechos primitivos embiste la ola, alrededor de las dos de la madrugada del 15 de octubre, sobre el arrabal de San Benito o barrio del Carmen, ya en la propia ciudad de Murcia.

Pero los otros afluentes del Segura, y este mismo también, traían asímismo el agua que había caído en sus respectivas sierras de cabecera, como la de la Pila. Las crecidas del Tus, el Mundo y el Taibilla también convergieron en el alto Segura. Por el siguiente orden, el Río Mula, con su hijastra Rambla Salada, el Quipar, el Argos, el Moratalla y el Alhárabe iban también crecidos. Sufren la embestida las tierras y cosechas de patata y panizo de Moratalla, Caravaca, Cehegín, Mula, donde cegó los veneros del barranco de Ucenda y destruye gran parte de la presa vieja, y Cieza, donde quebró las obras de defensa y las acequias.

El frente del Segura romperá ocho metros de la Contraparada. Por el margen derecho, donde las revueltas curvas y rápidos recodos forman piña en su lecho, se sale de madre y destruye los poblados de Puebla de Soto, La Raya, Aljucer..., irrumpe por la calle Cartagena, por la alameda de Colón, por la calle de la Zanja y se precipita al Segura desde el puente Viejo, por el molino de las Veinticuatro Piedras y el soto del mercado hasta el camino de Beniaján, cuando la inundación alcanza su punto culminante, llegando a los poblados de Beniaján, Los Garres... en donde las aguas alcanzarán los dos metros de altura.


Una de las casas destruídas en la calle de la Gresa, en San Benito, actual calle de Diego Hernández, en el barrio del Carmen, de Murcia, donde llega la riada la noche del 14 de octubre de 1879.
El agua alcanza la plaza de Camachos, de Murcia.

Las aguas del Segura, que se habían desbordado también en La Albatalía, corren igualmente por las huertas y los poblados de La Arboleja, Guadalupe, Espinardo, Churra y Zaraiche. Se adueñan también del antiguo cauce del Segura en La Condomina, anegan Puente Tocinos, Llano de Brujas, Santa Cruz, Monteagudo, Esparragal, Alquerías, Urdienca, Beniel y El Raal... donde las aguas alcanzan casi el metro y medio.

La ciudad de Murcia queda así cercada. Las campanas de la torre de la catedral tocan a rebato, secundadas por las de todos los conventos y parroquias. Las caracolas de los huertanos suenan en la noche aciaga. Brigadas improvisadas de vecinos y el cuerpo de bomberos se concentran en el Malecón, el punto más vital de la ciudad, construyendo una barricada en el portillo del León con piedras, maderas y cuanto encuentran a mano.

Los huertos del Malecón de Murcia son inundados.

El torrente supera el Malecón y frente al Palacio del Almudí el río llega a subir hasta diez metros y medio sobre su base, lo que equivale a setenta centímetros más alto que las calles. El agua sale a borbotones por entre los sillares y en el puente se represan contra los tajamares y sube hasta los pretiles. Las aguas se desbordan donde no encuentran defensa, y la fábrica de gas se inunda y la ciudad queda a oscuras, anega dos barrios por entero y multitud de calles y plazas, la cárcel, el hospital, el instituto, el matadero y alcanza hasta el altar mayor de la catedral...

La ola del Segura, desde el Malecón, de Murcia.

Los murcianos se lanzan a las calles, convertidas en ríos y en plena oscuridad regresan a sus casas para intentar salvar lo que pueden, claman ante la temible catástrofe, piden auxilio, y abren sus puertas los edificios más sólidos para servir de refugio. En la huerta el furor de las aguas destruye viviendas, corta caminos, arrastra en su furia los cadáveres, los ganados, los aperos, los objetos de uso doméstico...

Se calculó que el caudal del río fue de 1.890 metros cúbicos por segundo esa noche en la ciudad de Murcia, que hubiera sido mayor si las crecidas de los afluentes de la cabecera del Segura no vinieran retrasadas cinco horas.

Otras cifras calculan el enorme caudal del Segura a la altura de la ciudad de Murcia en 2.500 metros cúbicos por segundo, sólo equiparable con el de la riada de San Calixto del 14 de octubre de 1651 y la de San Quintín, del 31 de octubre de 1923. Los caudales debieron oscilar entre los 2.000 y los 3.000 metros cúbicos por segundo, impresionantes para un río de la modestia del Segura.

Se ha calculado que el Guadalentín vertió al Segura de 30 a 50 millones de metros cúbicos o 1.300 metros cúbicos por segundo.

La riada continuó hasta alcanzar Orihuela, donde el caudal del Segura alcanzó los 2.000 metros cúbicos por segundo y alcanzó alturas históricas, llegando en algunas calles a los 3,80 metros y alcanzando los primeros pisos de los edificios, y la vega baja del Segura, siguiendo con su destrucción y afectando a quince municipios hasta la desembocadura del río en Guardamar.

El Segura, a su paso por Murcia.

La lámina de agua anegó una superficie de 8.000 hectáreas de la vega murciana, otras fuenten señalan 12.000 hectáreas y 24.000 hectáreas de cultivo, sumando el Guadalentín y el Segura, con una altura de dos metros y medio en las inmediaciones de Nonduermas, y los parajes más profundos de Aljucer, Era Alta, La Raya, Puebla de Soto y Rincón de Seca quedaron cubiertos por dos metros de aguas fangosas, llegando a un metro y medio en la mayor parte inundada.

Más de 7.000 familias huertanas quedaron totalmente en la miseria, perdieron sus viviendas, sus aperos, su ganado y cuanto poseían.

Se contabilizaron 5.762 casas y barracas destruidas en Murcia y Lorca, y quedaron en ruinas otras 2.949. La aldea de Nonduermas quedó prácticamente desaparecida.

A 129 se elevó el número de molinos arruinados. Perecieron 22.469 animales en Murcia, Lorca y Cieza.

Se calculó que la tragedia se había cobrado 761 muertos en Murcia, en donde fueron rescatados 148 cadáveres; 300, en Orihuela, 13, en Lorca; dos, en Librilla, y uno, en Cieza.

La huerta murciana queda totalmente anegada.

Cuando empiezan a descender las aguas, los murcianos vuelven los ojos en derredor y miran el espantoso horror de lo destruido, sólo hay fango, cuadras desiertas, buscan a sus parientes y amigos y les empieza a cosar el hambre, como les acosará después la peste que se desatará.

Tras la retirada de las aguas apareció un enorme depósito de diferentes espesores de arenas y tarquines. En el eje de Nonduermas y Era Alta, la arena había dibujado el cono de deyección del Guadalentín, dejando en algunos parajes verdaderos bancos de hasta un metro y medio de espesor, improductivos, sin poder ser removidos por su descomunal cantidad, por lo que hubo que palearla y amontonarla. El espesor y dureza de los tarquines era tal que tendrían que ser despedazados a mazazos.
El total de daños se cifró en Murcia en nueve millones de pesetas; en Lorca, en 1.716.000, y en Orihuela, en 1.539.000.


Portada del periódico París - Murcia.

Grabados de la época, de La Ilustración Española y Américana.

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